Dicen que la única manera de odiar una
canción es que te la haya dedicado tu ex y te traiga los respectivos recuerdos,
o que la tengas de despertador. En su caso ambas, y no lograba odiarla, sino
al contrario, provocaba ponerla de buen humor y hacía que despertase con una
sonrisa y placer intenso, irónico.
Se había levantado temprano, 7:45 am, para haberse acostado a las tres de la mañana, sin hacer nada útil durante el día anterior, era obvio que no había mucho cansancio, solo un leve desvelo.
No recuerda si salió de la cama pisando con el pie derecho, no encontró sus babuchas donde supuestamente ella recuerda haberlas dejado al recostarse para dormir.
Descalza, se paró frente a la ventana que daba al balcón, corrió las cortinas y, a pesar de ser un frío septiembre, rayos del sol se disipaban en su ventana. Se frotó los ojos, creyendo ver lo posible luego de una madrugada lluviosa. Sonrió. Se estiró. Ojos cerrados, dejó que sus manos intenten tocar el techo, de puntitas. La sangre corría, el aire fluía, soltó un leve gemido y una risita placentera, encogiéndose de hombros se tiró de nuevo a la cama, de espaldas, sin miedo al vacío existente.
Sábanas blancas, cabello castaño. Pijama de
verano, irónico para un invierno friolento.
Abrió los ojos, recordó que era martes y
que tenía planeado engreírse un poco. Ya no tenía recuerdos que la aten, ni
sensaciones de vacío. Nada podía ponerla de mal humor, solo el raro hecho de no
encontrar sus babuchas donde las
había dejado.
Salió del cuarto dando brincos, mientras
sonaba la canción del despertador de fondo. La música se disipaba conforme ella
bajaba las escaleras para dirigirse a la cocina. Piernas largas, brazos extendidos que se
movían al compás de la lejana música y rozaban las paredes sin dejar huella. Encendió la cocina, colocó la tetera. Se
acercó al refrigerador y sacó la caja de leche. La llevó hasta la mesita donde
planeaba preparase un café con leche, como los viejos tiempos. Mientras echaba
el café a su taza, recordó donde posiblemente estaban sus babuchas, dejó las cosas como estaban y subió corriendo…
Se acercó al
cuarto que se encontraba frente al suyo, la puerta estaba cerrada como de
costumbre. Dudó al coger la manija y algo la hizo sentirse extraña, no sabía
porque su reacción, y estando parada frente a la puerta, no entendía por qué su
reflejo la llevó hacia ese cuarto. Abrió la puerta y
al girar la manija un escalofrío invadió su cuerpo. Las luces apagadas no
dejaban ver que era lo que había en ese cuarto. Dos pasos hacia adelante, uno
hacia atrás. Sin prender las luces ingresó, no sabía porque, solo lo hizo. Giró
en su sitio, cerró la puerta, palpó la pared buscando el interruptor para
prender algún foco inexistente. Sus ojos inmensos no podían distinguir forma
alguna, topó con una cómoda, se ayudó con sus manos para seguir el camino que
la llevaba a la oscuridad infinita. Su cuerpo la dominaba, no entendía que
estaba haciendo en ese lugar. Sintió que le tocaron la espalda, fue un roce,
como que si unos dedos se deslizaran sobre su piel. Se detuvo y dio la vuelta.
Con la piel erizada suspiró, estiró sus manos y sintió otro cuerpo. Se dejó
llevar.La tomó por la
cintura, la apretó fuerte contra sí. Ella, sin dudar, entregó su cuello como
presa fácil y dejó que los labios del ser dibujaran caricias en él. Sus pezones
se erizaron, sus manos forzaron los brazos que la mantenía apresada, mientras
él la mantenía fija, inmóvil, dispuesto a no soltarla e invitarla a jugar. "NO", dijo. Él la ignoró y siguió conquistándola. Sus
manos recorrían su silueta, pechos, cintura, caderas, nalgas… "¡BASTA!", grito sin reparo, con una voz media
quebrada... Fue en vano, los dedos de su agresor llegaron a su húmeda vagina… Ella se colgó de
él, colocó hábilmente sus piernas alrededor de su cuerpo, y sosteniéndose de su
cuello, lo cogió de los cabellos y los jaló hacia atrás. Efusivamente, lo atacó
con un beso intenso, no tiene idea de cuantos segundos logró contenerlo, no dio
cuenta hasta que lo soltó y lo dejó sin aliento. Ambos soltaron una risa,
cómplices de la travesura. Así cargada, la llevó hacia la cama de aquel cuarto
y la recostó suavemente. Ella dejó caer su cuerpo sensualmente, estiró la
cabeza hacia atrás y mientras el avanzaba para lamer su cuerpo, ella, con la
ayuda de sus codos intentó deslizarse hacia la cabecera de la cama. Fracasó, él
la retuvo colocando sus manos en sus tobillos, haciendo que ella se rindiese y
se dejara lamer.
Sus tobillos, sus pantorrillas, sus débiles rodillas, sus muslos... Fue la pequeña travesía de la intrépida lengua de aquel sujeto. Al llegar al punto indicado, ella empujó su cabeza, no estaba dispuesta a aceptar aquel disfrute. Él levanto la mirada y, en la oscuridad, pudo distinguir su mirada, percibir un leve gesto de satisfacción, la ignoró y siguió con su cometido. Sus manos deslizaron el pequeño short que aquella traviesa llevaba puesto como pijama. Con los dientes deslizó aquella truza diminuta mientras ella se retorcía de cosquillas confundidas con placer. Demasiado hábil para ser cierto. Las manos de la muchacha agarraron las sábanas, con furia las apretó implorando paciencia para disfrutar de aquel deguste supremo. Las manos del desconocido rozaban sus piernas, dedo por dedo eran deslizados sobre aquella piel tan hidratada, tan suave. Al mismo tiempo su lengua bailaba en lo profundo, mientras ella se retorcía abriendo la boca y repetidas veces, mordiéndose los labios, gimiendo hacia adentro. Los dedos del marinero tomaron por sorpresa aquella vagina ya saboreada, hicieron palpitar cada nervio, sensaciones inexplicables pasaban por su cuerpo. Un dedo, dos dedos… "¡AAH!", exclamó sin aliento. Entraban y salían, volvían a ingresar lento y muy adentro lograba activar un botoncito que hacía que ella pierda el sentido y el control completo de su cuerpo.
Ella bajó sus manos, arañó su espalda, subió hacia su cuello y la respuesta inmediata que recibió fue que una de las manos traviesas de aquel hombre subiera hasta uno de sus senos. Pezones erizados, placer incontrolable que salía por los poros de su piel. "Ven", susurró mientras él se asomaba. Con ambas manos le quitó el bvd. Su lengua recorrió aquellos pechos perfectos en la oscuridad. Ella tocó su cabeza, él la miró de reojo, mientras seguía haciendo lo suyo. Su espalda fue definida por aquellas manos sutiles, parece que se había apagado un poco el fuego. Ella miró hacia un lado, un "¿qué pasa?" Le volvió la cabeza a su sitio inicial. "Nada, sigue" Él se detuvo, se acercó a sus labios, acarició su rostro, en la oscuridad se miraron fijamente. "No podemos seguir haciendo esto", dijo ella, empujándolo para poder salir de aquel sueño. Él la retuvo, la besó como jamás nunca la habían besado. Mordió sus labios, su lengua era toda una maestra, hablaba sin pronunciar una sola palabra dentro de su boca. Deslizó sus manos sobre aquel cuerpo de silueta contorneada, pasó por su abdomen y, sin titubear, llegó a su miembro y se lo implantó sin reparo. Ella soltó un gemido, se le fue el alma en un segundo. Mientras la penetraba, sus labios la endulzaban. Lo hacía lento, con ritmo. Era todo un artista. Logró mantenerla inmóvil por algunos segundos. Empezó a acelerar, pequeños alaridos salían de aquellos labios carnosos. Rosados como su piel, aquella que no podía vislumbrarse por la secreta oscuridad. Gotas de sudor empezaban a emanar de sus cuerpos. Aceleraba. La metía y la sacaba, sin parar, al mismo ritmo, el mismo compás, mientras ella ponía de su parte moviéndose de manera consecuente. De su cuello le colgaba una cadena que, en cada movimiento, reposaba sobre sus pechos. Más rápido, con fuerza, ya la tenía. Ella, solo sabe como lo hizo, lo tomó de los brazos y con alguna técnica jamás aprendida, decidió domar de la situación y, como buena jinete, empezó a cabalgar en busca de satisfacción. Sentada sobre aquel miembro erecto, empezó a moverse de manera circular, variando con algunos saltos y brincos, con caída libre, suave, ya saben, de esos que los hacen delirar… Impaciente por ver lo invisible, las manos de aquel hombre sucumbieron ante la inmensidad del vacío, tocaron aquellas nalgas redondas, caderas con licencia, una cintura no más insegura y aquellos pechos perfectos sin defectos. Mientras tanto ella se retorcía y hacía su trabajo en busca de placer mutuo.Se encorvó hacia su pecho, manos que la abrazaban por la espalda relajada, empezó a bailar sin ritmo. Una loca, se olvidó del tiempo, del espacio, no existía nada ni nadie que la pudiese parar. Le susurró algo, ella no entendió el mensaje y siguió en lo suyo.
Había llegado el momento, no escuchaba sus gemidos, no sentía nada más que un leve adormecimiento y ardor al mismo tiempo. Un calientito inexplicable, un vacío absoluto. Sin palabras. Su corazón latía sin ritmo, no tenía voz. A lo lejos se escuchaba el silbido de la tetera, aumentaba conforme pasaban los segundos… Entonces su vagina empezó a palpitar y, por unos segundos, la sensación la inundó toda y se apoderó de su ser, no pudo evitar el jadear, aunque no hiciera nada de ruido ya. Luego, aquel cuerpo un poco frágil, presentó tres o cuatro espasmos, ya ni los contó, pues en ese momento se le nubló la mente y de un intenso despegue de miembros, alcanzó el clímax. La tetera misteriosamente dejó de silbar. Se rindió y la única reacción que tuvo fue recostarse en el pecho de aquel amante. Cuantos minutos, cuantos segundos más, solo el silencio de ese cuarto lo saben...
Se escucharon llaves, ella saltó del susto. Se paró con gran habilidad y el reflejo de su cuerpo hicieron que sus pies buscaran sus babuchas en el suelo. Las encontró. Salió rápido de la habitación y al cerrar la puerta, así desnuda, se recostó sobre la puerta, mientras mantenía las manos en la manija. Sonrió. Logró disipar una sombra en el primer piso, corrió hacia su cuarto...
Abajo se escuchó un "¡Carajo! ¿Quién dejó la cocina prendida? ¿De quién mierda es este café?..."
Alguien salió del cuarto de al frente, "Es mío, tío", se escuchó.
(Momento – Los Cafres)
Se había levantado temprano, 7:45 am, para haberse acostado a las tres de la mañana, sin hacer nada útil durante el día anterior, era obvio que no había mucho cansancio, solo un leve desvelo.
No recuerda si salió de la cama pisando con el pie derecho, no encontró sus babuchas donde supuestamente ella recuerda haberlas dejado al recostarse para dormir.
Descalza, se paró frente a la ventana que daba al balcón, corrió las cortinas y, a pesar de ser un frío septiembre, rayos del sol se disipaban en su ventana. Se frotó los ojos, creyendo ver lo posible luego de una madrugada lluviosa. Sonrió. Se estiró. Ojos cerrados, dejó que sus manos intenten tocar el techo, de puntitas. La sangre corría, el aire fluía, soltó un leve gemido y una risita placentera, encogiéndose de hombros se tiró de nuevo a la cama, de espaldas, sin miedo al vacío existente.
Esos ojos
que me hipnotizan
Busco el paraíso de tu sonrisa Veo hoy, no siempre soy el mismo
Navegando en vos cruzo cualquier abismo
Momento
de intimidad
Que solo vos y yo podemos alcanzar Y esa melodía surge al danzar
Hablando ese silencio pidiendo más y más
Sus tobillos, sus pantorrillas, sus débiles rodillas, sus muslos... Fue la pequeña travesía de la intrépida lengua de aquel sujeto. Al llegar al punto indicado, ella empujó su cabeza, no estaba dispuesta a aceptar aquel disfrute. Él levanto la mirada y, en la oscuridad, pudo distinguir su mirada, percibir un leve gesto de satisfacción, la ignoró y siguió con su cometido. Sus manos deslizaron el pequeño short que aquella traviesa llevaba puesto como pijama. Con los dientes deslizó aquella truza diminuta mientras ella se retorcía de cosquillas confundidas con placer. Demasiado hábil para ser cierto. Las manos de la muchacha agarraron las sábanas, con furia las apretó implorando paciencia para disfrutar de aquel deguste supremo. Las manos del desconocido rozaban sus piernas, dedo por dedo eran deslizados sobre aquella piel tan hidratada, tan suave. Al mismo tiempo su lengua bailaba en lo profundo, mientras ella se retorcía abriendo la boca y repetidas veces, mordiéndose los labios, gimiendo hacia adentro. Los dedos del marinero tomaron por sorpresa aquella vagina ya saboreada, hicieron palpitar cada nervio, sensaciones inexplicables pasaban por su cuerpo. Un dedo, dos dedos… "¡AAH!", exclamó sin aliento. Entraban y salían, volvían a ingresar lento y muy adentro lograba activar un botoncito que hacía que ella pierda el sentido y el control completo de su cuerpo.
Ella bajó sus manos, arañó su espalda, subió hacia su cuello y la respuesta inmediata que recibió fue que una de las manos traviesas de aquel hombre subiera hasta uno de sus senos. Pezones erizados, placer incontrolable que salía por los poros de su piel. "Ven", susurró mientras él se asomaba. Con ambas manos le quitó el bvd. Su lengua recorrió aquellos pechos perfectos en la oscuridad. Ella tocó su cabeza, él la miró de reojo, mientras seguía haciendo lo suyo. Su espalda fue definida por aquellas manos sutiles, parece que se había apagado un poco el fuego. Ella miró hacia un lado, un "¿qué pasa?" Le volvió la cabeza a su sitio inicial. "Nada, sigue" Él se detuvo, se acercó a sus labios, acarició su rostro, en la oscuridad se miraron fijamente. "No podemos seguir haciendo esto", dijo ella, empujándolo para poder salir de aquel sueño. Él la retuvo, la besó como jamás nunca la habían besado. Mordió sus labios, su lengua era toda una maestra, hablaba sin pronunciar una sola palabra dentro de su boca. Deslizó sus manos sobre aquel cuerpo de silueta contorneada, pasó por su abdomen y, sin titubear, llegó a su miembro y se lo implantó sin reparo. Ella soltó un gemido, se le fue el alma en un segundo. Mientras la penetraba, sus labios la endulzaban. Lo hacía lento, con ritmo. Era todo un artista. Logró mantenerla inmóvil por algunos segundos. Empezó a acelerar, pequeños alaridos salían de aquellos labios carnosos. Rosados como su piel, aquella que no podía vislumbrarse por la secreta oscuridad. Gotas de sudor empezaban a emanar de sus cuerpos. Aceleraba. La metía y la sacaba, sin parar, al mismo ritmo, el mismo compás, mientras ella ponía de su parte moviéndose de manera consecuente. De su cuello le colgaba una cadena que, en cada movimiento, reposaba sobre sus pechos. Más rápido, con fuerza, ya la tenía. Ella, solo sabe como lo hizo, lo tomó de los brazos y con alguna técnica jamás aprendida, decidió domar de la situación y, como buena jinete, empezó a cabalgar en busca de satisfacción. Sentada sobre aquel miembro erecto, empezó a moverse de manera circular, variando con algunos saltos y brincos, con caída libre, suave, ya saben, de esos que los hacen delirar… Impaciente por ver lo invisible, las manos de aquel hombre sucumbieron ante la inmensidad del vacío, tocaron aquellas nalgas redondas, caderas con licencia, una cintura no más insegura y aquellos pechos perfectos sin defectos. Mientras tanto ella se retorcía y hacía su trabajo en busca de placer mutuo.Se encorvó hacia su pecho, manos que la abrazaban por la espalda relajada, empezó a bailar sin ritmo. Una loca, se olvidó del tiempo, del espacio, no existía nada ni nadie que la pudiese parar. Le susurró algo, ella no entendió el mensaje y siguió en lo suyo.
Había llegado el momento, no escuchaba sus gemidos, no sentía nada más que un leve adormecimiento y ardor al mismo tiempo. Un calientito inexplicable, un vacío absoluto. Sin palabras. Su corazón latía sin ritmo, no tenía voz. A lo lejos se escuchaba el silbido de la tetera, aumentaba conforme pasaban los segundos… Entonces su vagina empezó a palpitar y, por unos segundos, la sensación la inundó toda y se apoderó de su ser, no pudo evitar el jadear, aunque no hiciera nada de ruido ya. Luego, aquel cuerpo un poco frágil, presentó tres o cuatro espasmos, ya ni los contó, pues en ese momento se le nubló la mente y de un intenso despegue de miembros, alcanzó el clímax. La tetera misteriosamente dejó de silbar. Se rindió y la única reacción que tuvo fue recostarse en el pecho de aquel amante. Cuantos minutos, cuantos segundos más, solo el silencio de ese cuarto lo saben...
Se escucharon llaves, ella saltó del susto. Se paró con gran habilidad y el reflejo de su cuerpo hicieron que sus pies buscaran sus babuchas en el suelo. Las encontró. Salió rápido de la habitación y al cerrar la puerta, así desnuda, se recostó sobre la puerta, mientras mantenía las manos en la manija. Sonrió. Logró disipar una sombra en el primer piso, corrió hacia su cuarto...
Abajo se escuchó un "¡Carajo! ¿Quién dejó la cocina prendida? ¿De quién mierda es este café?..."
Alguien salió del cuarto de al frente, "Es mío, tío", se escuchó.