miércoles, 1 de noviembre de 2017

El dolor que causa el engaño es el más fuerte que me ha tocado experimentar hasta hoy.

Recordé el día en que mi mamá descubrió una, de las muchas, infidelidades de mi papá. Recordé la ira en sus ojos y el miedo de no saber como reaccionar. Recordé sus lágrimas de impotencia, de sentirse insuficiente para el único hombre con quién se compartió en cuerpo y alma.
Me sentí ahí, sin saber qué hacer, ni a dónde ir.
Jamás me sentí tan protagonista en mi película.

Se siente como si te clavaran algo en el pecho, como un nudo en la garganta, sentí ahogarme, sentí que mi cuerpo se partía en mil pedazos; que mis ojos solo se nublaban y evitaban a toda costa derramar las lágrimas acumuladas. Llorar de impotencia, reirse de nervios, volverte sorda por un segundo y huir. Correr, escapar, salir. No mirar hacia atrás. Querer morirse y desaparecer, que él me vea desaparecer.

Tengo el corazón partido, antes estrujado y pisoteado, devuelto en mi cavidad toráxica, aún latiendo, aún palpitando, aún queriendo amar a quien me hizo daño.
Tengo el alma rota en mil pedazos.