Convídame de tu libertad,
contágiame de locura,
inféctame de placer.
Voltéame contra ti,
mientras mi espalda roza con tu pecho,
coloca mi cabello hacia un lado,
respira en mi oído,
bésame el hombro
y desliza tus dedos sobre mis brazos.
¿Te das cuenta?
Erizas mi piel.
Continúa,
te otorgo el derecho de proceder ante mi cuerpo.
Acaríciame sutilmente y descubre,
descubre lo que me haces sentir.
Cierro los ojos,
muevo la cabeza de lado a lado
como si quisiera despertar de aquel sueño anhelado.
No me resta más que dejarme llevar
al compás de tus caricias,
en ese vaivén indeterminado.
Me detienes posando tus labios en mi cuello,
abro los ojos y la experiencia es subliminal:
Luz roja de neón,
sábanas de seda,
espejos empañados de sudor...
Te descuidas un segundo,
volteo ante ti,
buscando que someterte ante mi.
Te tomo por el mentón
y me dejas degustar de tus labios,
de tu lengua,
de tu aliento que se queda en el aire,
ese suspiro reprimido que nace de tu ser.
Colocas tu dedo pulgar sobre mis labios,
logras apresarme contra la pared...
Me dejas dominarte,
y te impulso delante de mi.
Logras huir,
te encuentras detrás mío
y me aprietas contra ti.
Siento tu miembro erecto entre mis nalgas...
Deseo que llegue el momento en que me abro hacia ti.
Tu cuerpo con mi cuerpo,
dos almas se encuentran en el clímax del encuentro sexual.
Nuestros demonios ya no temen ser vistos en la oscuridad.