lunes, 20 de junio de 2022

des(a)costumbr-arse

Cuando se somatiza la ansiedad:
Me duele la garganta, 
se me adormece de la cara, los labios, las manos,
y hasta pierdo la movilidad de la mitad de mi cuerpo.
Se me quiebra el cabello, se me cae el cabello.
Me duele la espalda, me tiemblan las piernas.
Me palpita a mil el corazón y me duele muy fuerte el pecho, 
como si estuviera rota por dentro, 
y lloro; lloro sin poder detenerme, sin poder consolarme.

Ayer casi me fue imposible pararme de la cama, pero lo logré, porque tenía que comer, tenía que ducharme, tenía que vivir.

Hoy estoy triste, y quizás siga angustiada.
Sigo nerviosa, sigo ansiosa, y sigo preguntándome por qué soy así...
Intento respirar pero no logro más que seguir ahogándome.
Las lágrimas no dejan de salir y recorrer mis mejillas como lluvia torrencial.
Beber agua no me está ayudando a oxigenarme.
He intentado tomar una ducha larga, con agua tibia, pero termino recibiendo el chorro helado para despertar e intentar volver a mi realidad, esa que me está costando mucho afrontar.

Días como hoy necesito un abrazo, que se acurruquen conmigo y me hagan mimos, que me digan "te quiero", y que con aquella compañía me hagan sentir que todo va a estar bien. A veces necesito que me den amor, porque sola no puedo. A veces estoy rota, y aunque siga recogiendo y pegando mis pedazos, para fingir que todo está en orden, hoy siento que no puedo sola. Hoy no puedo; sin embargo, aquí estoy, una vez más: sola, abrazándome, acurrucada en la cama, acariciándome, repitiéndome una y otra vez que me quiero y que todo va a estar bien. 

Que duro es este proceso. Y que fuerte soy al final del día.