Sonries al verme salir de casa mientras me esperas sentado dentro del auto, cogiendo el timón y la palanca de cambios para disimular tu nerviosismo. Yo, por mi parte, intento no mirarte a los ojos mientras cierro la puerta de mi casa. Aludiendo a mi torpeza, mientras camino hacia ti, me tropiezo con la nada, es que al sentirme observada, las ganas de llegar hacia ti me juegan una mala pasada. Al ingresar al auto, lo primero que hago es plantarte un beso, me acomodo en el asiento, abrocho el cinturón de seguridad y no dejo de hablar. Tú me miras sonriendo y, aún sorprendido por la manera tan natural en la que actué, enciendes el motor para arrancar.
Vas lento, andas en neutro, colocas tu mano derecha sobre mi pierna izquierda y me erizas la piel, sin pisar freno, me besas: cierras los ojos y me besas los labios como si disfrutaras de tu postre favorito. El auto se volvió nuestro cómplice y, al parecer, teníamos la pista para nosotros solos. Salí del trance y te recordé que estabas manejando, solo haces un gesto de media sonrisa, te separas de mi, y aunque ya no puedo percibir tu aliento, tu mano sigue sobre mi. Conduces con una seriedad que excitaría a la mujer más frígida del mundo. Y ya me conoces, sensible desde mis entrañas, sobretodo ante ti, contigo y por ti.
Semáforo en rojo, tu aliento nuevamente sobre mi, me muerdes los labios y los dejas palpitando, me dejas con más ganas de ti. Tengo la necesidad de tocarte y sin miedo a que cualquier transeúnte se vuelva espectador de nuestro amor, acaricio tus piernas, me dejo llevar y justo cuando comienzo a perderme en ti, el claxon de una camioneta nos avisa que el semáforo cambió de color...
Llegamos al establecimiento de comida rápida y me fue inevitable abrazarte mientras ingresábamos al local. Me comporté como una niña enamorada, colgando de tu espalda, sintiendo tu respiración. Embobada por el calor que emanas, disfrutando del peculiar olor que sin fragancia alguna posees. Pedimos un par de hamburguesas y, mientras esperábamos el pedido, me siento frente a ti para observarte. Mis dedos rozan tus labios y se deslizan por tu barba. Tienes los ojos abiertos, sano como ningún otro día. Poco a poco te vas achinando, sin dosis alguna de humo, pareces encontrarte en un estado placentero que ninguna droga conocida en el mundo pudiera darte. No creo que mi amor sea la droga, y dudo mucho que hayas imaginado antes tenerme así, tan tuya, tan perdida en ti. Recogimos las hamburguesas y nos dirigimos al auto. Salimos rumbo hacia nuestro lugar favorito. En el camino, te acercaba a la boca las papas fritas, y no sabes cuanto disfrutaba ver la manera en la que las comías. Me fui enamorando de esos pequeños detalles, sin querer me encandilaste. Nuestras conversaciones, a veces profundas, acompañaban nuestro viaje. Me encanta tu tono de voz, la manera en como intentas escucharme sin hacerlo, tienes un don particular para llamar mi atención, para mantenerme ahí.
Llegamos, estacionaste sin apuro, bajamos del auto y, como dos niños románticos, nos sentamos a comer a orillas del mar.
Hoy es Domingo, es de noche y me encuentro aquí, en el mismo lugar. No tengo una hamburguesa, tampoco te tengo a ti. Me quedan los buenos recuerdos y tu ausencia. Me quedan las ganas de volver a estar junto a ti. Miro el mar y trato de dibujar en mi mente los recuerdos que fabricamos. Escucho como las piedras chocan unas con otras y te siento aquí, besándome. El olor de la brisa, las luces del puerto a la lejanía, la oscuridad que fueron partícipes de nuestras travesuras me acompañan hoy.
Me veo envuelta en esa mágica sensación de verte junto a mi, de sentirte sin que estés, con la intención de que te comuniques conmigo aunque sea con el corazón. Pura fe, mi dios.
Me veo envuelta en esa mágica sensación de verte junto a mi, de sentirte sin que estés, con la intención de que te comuniques conmigo aunque sea con el corazón. Pura fe, mi dios.
Daría lo que fuera para que vuelvan las noches en las que venías a casa para invitarme a dar una vuelta. Debiste raptarme y no devolverme nunca. Debí huir contigo mucho antes, permitirme quererte más y darte la seguridad de que conmigo podías compartir mucho más que la soledad.
Tengo un corazón ansioso esperando tu retorno.
Vuelve y dame una razón para dejarte ir.
Regresa para olvidarte.
Ven y me alejo de ti.