Soñé que llegabas a casa, mientras yo sacaba la lasagna del horno. Me dabas una nalgada y olías mi cuello, mientras yo te esperaba mojada y nerviosa, con ganas de treparme a tu cuerpo. Dejé el depósito de comida sobre el tablero, me tomaste por la cintura y me volteaste hacia ti. Me besaste como siempre lo haces, mordiste mi labio inferior jalándolo hacia ti, como si quisieras romperme la boca, cerrando así el momento con un te amo, tierno y sádico.
Me tomaste de la mano y me llevaste a la barra, me cargaste y me sentaste sobre ella, yo te abrí las piernas y encajaste. Te cogí de nuca, te jalé hacia mi pecho, mientras tu labios y tu lengua me salivaban y yo solo pensaba en cómo es posible que te tenga así... Tan mío, yo tan tuya, entregada a ti.
Te alejaste con el pretexto de que debías lavarte las manos y yo hice puchero. Me bajé de la barra y te seguí hasta el baño, siempre dejas la puerta abierta y es ahí donde entro yo, abrazándote por la espalda, oliendo tu cabello, recostando mi mentón sobre tu hombro derecho, mirándote por el espejo y sonriendo, porque te tengo. Sacudes las manos, me despego de ti y doy un paso hacia atrás, tú mientras te secas las manos escapo de ahí. Estoy descalza, resbalo. Te ríes y me dices que soy torpe, volteo y te miro con fastidio, "es que así soy" te digo y me persigues hacia la cama. De un brinco me tiro en ella y tu me quedas mirando desde la puerta. Me encanta cuando te quedas parado observándome, es ahí cuando quiero correr hacia ti nuevamente para llenarte de besos y abrazarte. Te pregunto qué es lo que pasa, mientras mis pies cuelgan de la cama, tú me dices con la voz de siempre "nada, no pasa nada". Y es que sí quiero que pase.
Me doy vuelta, boca abajo, giro levemente la cabeza para mirarte y te veo venir sobre mi. Tu cuerpo me aplasta completamente y tus manos cogen mis manos, las dos juntas y me tienes ahí. Tu respiración te delata, estás excitado. Yo solo río. Me respiras al oído y me dices que si voy a hacer lo que me pidas y te digo que si, mil veces si. Sin pensarlo, sin dudarlo. Sí.
Mantienes mis manos juntas con tu mano izquierda, haciendo fuerza como para no escapar de ti, con tu mano derecha empiezas a acariciar mi cuerpo, el lado de mis senos, mi cintura, mi espalda, mis nalgas y mis piernas. Te deslizas con una delicadeza que solo tú y nada más nunca antes lo ha intentado. Me conoces bien y sabes como empezar. Lo que nunca sabemos es cómo vamos a terminar...
Quiero que me sueltes, forcejeo. Pones más fuerza y empiezo a sentir mis muñecas adormecidas, me gusta que me domines, que te pongas prepotente y muestres dureza. Que seas firme y seguro, que sepas que no me haces daño, pero me presionas como para tenerte miedo, y yo solo te deseo.
Sueltas levemente mis muñecas y te vas deslizando sobre mi cuerpo, me besas con la ropa aún puesta y levantas mi polo, dejando al descubierto mi trasero, lo besas y lo lames, como si fuera un plato dulce que ansias comer. Me tienes relajada y en ese momento casi inconsciente, que cualquier cosa que hagas estoy dispuesta a rendirme a ti. Me comes las nalgas fuerte, me nalgueas con desidia, me abres las nalgas y tu lengua pasa por ahí. Se me achina la piel y yo solo quiero dejar de retorcerme de placer... te paro el culo, y tu sigues ahí, disfrutando el banquete como si no hubiera mañana, y tu lengua, y tus labios, y tu sed por dejarme mojada no van a deterse hasta completar tu cometido. Metes la lengua, la sacas y pones un dedo índice en aquel orificio, que ya ante el placer, ha cedido para ser el principio del fin. Juegas con él, mientras lo introduces lentamente, yo te abro el culo, como si fuera costumbre, cada miércoles después del fútbol. ¿Qué vamos a hacer?
Vibra el celular, estoy despierta.
Mojada y con un mensaje tuyo, todo bien.
¿Cuántos sueños más sin terminar vendrán?
¿Cuántos sueños se harán realidad?